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Los 107.000 objetos imposibles: la astrónoma Beatriz Villarroel encuentra evidencia de actividad orbital antes del primer satélite

El hallazgo desafía nuestra comprensión de la historia espacial y plantea preguntas incómodas sobre la transparencia científica.

by Dr. Ribo
4 de noviembre de 2025
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En una montaña del desierto chileno, el gobierno estadounidense está instalando un sistema de encriptación de cinco millones de dólares para censurar automáticamente las imágenes de sus satélites espía antes de que los astrónomos de todo el mundo puedan verlas. Mientras tanto, en Suecia, la doctora Beatriz Villarroel ha encontrado más de 100.000 objetos que aparecen y desaparecen en fotografías del cielo tomadas en los años 50, cuando oficialmente no existía ningún satélite artificial orbitando la Tierra.

Estos dos hechos, aparentemente desconectados, están convergiendo para crear una de las controversias científicas más fascinantes de la década: ¿qué había realmente en el cielo sobre nuestras cabezas antes del lanzamiento del Sputnik en 1957? Y más importante aún, ¿cuánta verdad sobre nuestro cosmos ha sido sistemáticamente ocultada?

El descubrimiento

La historia comienza de manera poco prometedora: manchas en placas fotográficas antiguas. Cualquier astrónomo veterano le dirá que las placas de vidrio recubiertas de emulsión fotográfica que se usaban en los años 50 eran propensas a defectos. Granos de polvo, imperfecciones en el vidrio, fallos en el revelado químico. Artefactos, dirían despectivamente algunos colegas de Villarroel.

Pero la doctora Beatriz Villarroel, profesora asociada en la Universidad de Estocolmo y ganadora del premio L’Oréal-UNESCO para Mujeres en Ciencia, no es alguien que acepte explicaciones fáciles. «Soy una persona muy curiosa», declaró en una reciente entrevista para el podcast American Alchemy. Y esa curiosidad la llevó a examinar sistemáticamente las placas fotográficas del Palomar Observatory Sky Survey (POSS-I), tomadas entre 1949 y 1957.
Lo que encontró desafía la lógica convencional: aproximadamente 107.000 transitorios —objetos que aparecen brillantemente en una imagen y luego desaparecen— detectados en el hemisferio norte durante ese período. No son rastros largos como los que dejan los meteoros o los satélites actuales al atravesar el campo de visión. Son destellos puntuales, breves, algunos apareciendo y desapareciendo en apenas 30 minutos entre exposiciones consecutivas.

«Los destellos cortos, no las rayas, están asociados con cosas que son extremadamente planas y extremadamente reflectivas –explicó Villarroel–, como espejos”.

La conexión nuclear

Pero el verdadero momento de epifanía llegó cuando su colega, Dave Altman, le preguntó si sabía qué había ocurrido el 19 de julio de 1952. Villarroel, nacida décadas después, no lo sabía. Ese día marcó el comienzo del famoso «Washington DC flap», uno de los eventos OVNI más documentados de la historia estadounidense, cuando objetos no identificados fueron detectados en radar sobre la capital del país durante dos fines de semana consecutivos.
Las placas de Palomar mostraban múltiples transitorios en esas mismas fechas: cinco objetos en una banda estrecha el 27 de julio de 1952, y tres «superbrillantes, hermosas estrellas» el 19 de julio del mismo año, descubiertas por su colega Enrique Solano en España.

Aquí la historia se vuelve aún más intrigante. El doctor Stephen Bruehl, un investigador de la Universidad de Vanderbilt que ha dado seguimiento al trabajo de Villarroel, encontró correlaciones estadísticas significativas: los transitorios no solo coinciden con reportes de fenómenos aéreos no identificados (UAP) del público general, sino también con pruebas de armas nucleares. La correlación es débil pero estadísticamente significativa (p = 0.008), lo suficientemente robusta como para descartar la casualidad pura.

Este hallazgo resuena con décadas de testimonios de personal militar que han reportado objetos no identificados sobrevolando instalaciones nucleares. Robert Hastings, investigador que ha documentado este fenómeno durante años, ha compilado cientos de casos. Pero hasta ahora, nunca había existido una correlación entre esos reportes anecdóticos y el registro astronómico objetivo.

El abordaje intelectual novedoso

Lo que distingue el trabajo de Villarroel no es solo el hallazgo en sí, sino su metodología. En una era donde la astronomía se ha vuelto cada vez más especializada y compartimentada, ella ha adoptado un enfoque transdisciplinar que combina arqueología astronómica, análisis estadístico riguroso, y lo que podríamos llamar meta-ciencia: el estudio de cómo la propia comunidad científica filtra y procesa información anómala.

«Si miro todo lo que he aprendido en los últimos años, seré honesta», confesó Villarroel. «No creo que estemos solos. Creo que tenemos compañía».
Es una declaración notable viniendo de una astrónoma convencional con credenciales impecables. Pero Villarroel no llegó a esta conclusión por credulidad, sino por un análisis exhaustivo que incluye:

  1. Comparación con placas de control: No todas las placas muestran los mismos patrones, lo que descarta defectos sistemáticos de fabricación.
  2. Análisis de la sombra terrestre: La Tierra proyecta un cono de sombra en el espacio. La forma y tamaño de este cono varía con la distancia. A diferentes altitudes, la sombra cubre diferentes regiones del cielo. Para cada “transitorio” disponemos a partir del catálogo de coordenadas celestes (ascensión recta, declinación), tiempo exacto de observación y ubicación del observatorio (Palomar). Por tanto se puede calcular para cualquier altitud hipotética dónde estaría la sombra terrestre a esa altitud en ese momento y si este “transitorio” específico estaría dentro o fuera de la sombra. El punto clave es que solo a ciertas altitudes específicas el patrón de «dónde NO aparecen transitorios» coincide con «dónde estaría la sombra terrestre». Los objetos muestran un déficit de detecciones cuando la Tierra debería proyectar sombra sobre órbitas geosíncronas (~42,164 km de altitud), sugiriendo que son objetos reales a esa altura. El método del test de sombra terrestre es sumamente novedoso. Hay un déficit real de “transitorios” en la sombra terrestre y esto es estadísticamente significativo (22-sigma a 42,164 km).
  3. Descarte de hipótesis convencionales:
    Luciérnagas: Los análisis estadísticos las descartan.
    Meteoros: No dejan los rastros característicos.
    Rayos cósmicos: Tienen morfologías diferentes.
    Defectos de placa: No explican los patrones temporales ni espaciales.
  4. Características orbitales anómalas: Algunos objetos parecen estar en órbitas retrógradas (contrarias a la rotación terrestre), algo extremadamente inusual y energéticamente costoso.

Este último punto es particularmente significativo. Como explica la física orbital básica, los cohetes se lanzan desde cerca del ecuador para aprovechar el impulso de la rotación terrestre. Ir contra esa rotación requiere mucha más energía. ¿Por qué alguien —o algo— querría estar en una órbita retrógrada en los años 50? La respuesta podría encontrarse en las órbitas polares, las únicas capaces de fotografiar toda la superficie terrestre mientras el planeta rota debajo. Es decir, la órbita perfecta para vigilancia global.

Las voces críticas

No toda la comunidad científica está convencida. Un análisis crítico podría señalar algunas objeciones importantes:

  • Discrepancias en tiempos de exposición: inconsistencias en los tiempos de exposición reportados para las placas POSS-I, lo que podría afectar la interpretación de cuándo aparecen y desaparecen los objetos.
  • Efectos de sensibilidad espectral: Las diferentes emulsiones fotográficas (103a-E para azul, 103a-O para rojo) tenían sensibilidades espectrales distintas. Esto podría crear artefactos que simulen apariciones y desapariciones.
  • Escasa inspección visual de las placas originales tras el cribado algorítmico: Bruehl solo inspeccionó ~100 de 107,000. Eso es 0.09% de la muestra, extremadamente baja. Si la tasa real de error fuera 95% en vez de 65-70%, quedarían ~5,000 “transitorios” reales.

La gran pregunta es: ¿cuántos de estos 107.000 “transitorios” representan objetos únicos vs. múltiples observaciones del mismo objeto? Como dice Villarroel a UAPDIGITAL: “Un solo objeto podría producir más de un evento transitorio, pero también es posible que estemos pasando por alto otros muchos. Calculo que hay entre decenas de miles y unos cientos de miles de objetos”.

  • Problemas de replicabilidad: la dificultad de acceso a los datos completos para verificación independiente es un problema ya que aproximadamente el 60% de las placas del período estudiado no están disponibles para análisis.¿Qué otros catálogos estelares históricos pre-Sputnik existen que contengan imágenes entre 1947 y 1957? En el capítulo “Sky Surveys” de “Planets, Stars, and Stellar Systems” (eds. T. Oswalt & H. Bond, 2012) encontramos la respuesta: POSS-I (1949-1958), Harvard Plate Collection, Mount Wilson Observatory y Lick Observatory.

A efectos de una replicación completa del estudio de Villarroel et al., la situación es preocupante por la baja disponibilidad de datos reales para ese periodo.

  • Necesidad de controles más rigurosos: sería necesaria una corrección sistemática de errores, validación cruzada con otros observatorios y mayor transparencia en las elecciones metodológicas clave.

Son objeciones válidas que toda investigación extraordinaria debe abordar. Como dijo Carl Sagan: «Afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria». Villarroel lo sabe. Su equipo ha publicado sus hallazgos en revistas peer-review, algo que el propio documento crítico reconoce como un logro notable dado el estigma del tema. «Entonces, pueden tener su propio shock ontológico», bromea Villarroel. «¿Por qué? ¿Por qué solo yo debería tenerlo?»

El elefante en la habitación: censura gubernamental

Aquí es donde la historia del Observatorio Vera Rubin se vuelve crucial. En diciembre de 2024, The Atlantic reveló que Željko Ivezić, director del nuevo Observatorio Vera Rubin en Chile, había estado negociando durante meses con oficiales del gobierno estadounidense sobre un problema delicado: el telescopio más poderoso jamás construido para rastrear el cielo completo podría revelar accidentalmente la ubicación de satélites espía estadounidenses.

El Vera Rubin, equipado con la cámara digital más grande del mundo (3,200 megapíxeles), fotografiará todo el cielo del hemisferio sur cada tres días. Su sistema de alertas automáticas notificará a astrónomos de todo el mundo cuando detecte cualquier objeto nuevo. Esto incluye supernovas distantes, asteroides cercanos… y satélites clasificados.

Lo extraordinario del caso es que Ivezić ni siquiera sabía con qué agencia estaba negociando. Las comunicaciones ocurrían solo a través de intermediarios de la National Science Foundation. No sabía si hablaba con una persona o un equipo. Solo que eran muy conscientes de la seguridad y, curiosamente, sabían mucho sobre astronomía.

La solución: un sistema de 5 millones de dólares que encriptará automáticamente las imágenes, las enviará a una instalación segura en California, filtrará los «activos secretos estadounidenses», y solo entonces distribuirá las imágenes censuradas a la comunidad astronómica. Las imágenes completas se liberarán 3 días y 8 horas después —tiempo suficiente para que los satélites cambien de posición.

Pero aquí está el contexto histórico que hace todo esto relevante para Villarroel: durante la Guerra Fría, Estados Unidos mantuvo más el secreto sobre sus actividades espaciales que sobre su arsenal nuclear. La existencia misma de la National Reconnaissance Office (NRO), la agencia responsable de satélites espía, fue clasificada hasta 1992. En 2012, la NRO incluso «donó» a la NASA un telescopio clase Hubble que «simplemente tenía por ahí».

Los historiadores ahora saben que la comunidad de inteligencia operaba grandes telescopios espaciales antes de que la NASA comenzara a trabajar en el Hubble en 1977. La tecnología de óptica adaptativa que hoy permite a los observatorios terrestres ver a través de la atmósfera fue primero desarrollada por el ejército y luego compartida con astrónomos civiles.

Y durante los años 50, el Observatorio Jodrell Bank en Manchester monitoreaba secretamente satélites y pruebas de misiles soviéticos para el gobierno británico, mientras públicamente se presentaba como un observatorio de radioastronomía civil.

Villarroel declara en su entrevista para American Alchemy:
«desde principios de los años 60 había algo llamado objetivos no correlacionados… la gente los ha estado encontrando en cientos por semana (…) constituyen la mayoría de las cosas que vemos en el cielo hoy en día (…) la NASA y demás siempre los eliminan de las imágenes de fondo”

Si esto es cierto, los militares han estado rastreando objetos no identificables desde los 60, tan numerosos que son la mayoría de detecciones y son sistemáticamente eliminados de datos públicos. El caso del Observatorio Vera Rubin parece corroborar esta censura gubernamental en datos astronómicos.

El caso Vallée: cuando la ciencia destruye sus propios datos

Quizás el paralelismo más inquietante con el trabajo de Villarroel es el caso del astrónomo Jacques Vallée. En 1961, cuando era un joven investigador en el Observatorio de París, Vallée detectó un objeto brillante en órbita retrógrada que no podía ser identificado. Era tan brillante como Sirius, la estrella más brillante del cielo nocturno. No se trataba de algo sutil.

Vallée registró los datos meticulosamente. A la mañana siguiente, su superior, Paul Mueller, simplemente confiscó la cinta y la destruyó.

Vallée recordaría más tarde ese momento como una revelación: los científicos eran seres humanos como todos los demás. Cuando sus reputaciones estaban amenazadas, cuando sus ideas eran desafiadas, reaccionaban eliminando los datos. Si los datos no encajaban con sus nociones preconcebidas, simplemente se deshacían de ellos.

Este incidente envió a Vallée en un viaje de toda la vida hacia los límites de lo inexplicado. También anticipa la respuesta hostil que Villarroel ahora enfrenta de muchos de sus pares.

En la entrevista de American Alchemy, se menciona el «Menzel Gap», un período donde faltan registros del observatorio de Harvard bajo la dirección de Donald Menzel. Sabiendo ahora que la colaboración entre astrónomos civiles y agencias de inteligencia era común pero secreta, este «gap» cobra un significado potencialmente más oscuro.

Las preguntas que quedan

Si el gobierno está dispuesto a gastar 5 millones de dólares para filtrar satélites actuales de imágenes públicas, si mantuvo clasificada la existencia de toda una agencia hasta 1992, si operaba telescopios espaciales secretos décadas antes de que el público lo supiera, ¿por qué no habrían manipulado o restringido el acceso a placas fotográficas de los años 50?

Aproximadamente el 60% de las placas del período estudiado no están disponibles para análisis independiente. ¿Es esto simplemente negligencia archivística o algo más sistemático?

Consideremos esta ironía: hoy esperamos que hasta el 40% de las imágenes del Vera Rubin estén «contaminadas» por satélites, con unos 10.000 satélites actualmente en órbita. Las proyecciones sugieren que podríamos tener 100.000 satélites en la próxima década.

¿Qué vio entonces Villarroel en las placas POSS-I de 1949-1957, cuando oficialmente no había ningún satélite? Los 107.000 transitorios no se vuelven menos anómalos con el contexto de censura gubernamental; se vuelven más significativos.

El costo de la curiosidad

«Una vez que ves este tipo de resultados, no puedes simplemente rendirte y decir ‘no, no, no, debería volver a hacer astronomía clásica para ganarme la vida'», reflexiona Villarroel. «Es algo de lo que te vuelves dependiente: intentar satisfacer esa curiosidad. Cualquier pregunta que tengas, necesitas saber».

Es un testimonio notable sobre el costo personal de perseguir verdades incómodas en la ciencia. Villarroel ha logrado lo que muchos en el campo OVNI/UAP consideran el santo grial: validación académica. Sus trabajos han pasado por revisión por pares en revistas astronómicas convencionales. Pero ese éxito viene con su propio conjunto de desafíos.

«Creo que simplemente va a tomar tiempo para que esto salga», dice el doctor Bruehl sobre la investigación. «Cuando la gente realmente vea esto publicado y lo lea, si piensan en ello, creo que van a estar muy intrigados. Va a ser interesante ver qué, si acaso algo, esto cambia en términos de cómo la gente piensa sobre la ciencia de los UAP».

El doctor Bruehl es optimista: «En los próximos cinco o 10 años, va a ser el día y la noche comparado con lo que ha sido en el pasado. Vamos a empezar a ver muchos más estudios revisados por pares, asumiendo que las revistas estén dispuestas a aceptarlos. Esa es siempre la preocupación: debido al tema, muchas revistas ni siquiera quieren tocarlo».

Implicaciones filosóficas

Si nos alejamos de los detalles técnicos y consideramos el panorama general, las implicaciones son vertiginosas. La frase de Carl Sagan sobre nuestro «pálido punto azul» cobra un nuevo significado: «Nuestra imaginada autoimportancia, la ilusión de que tenemos alguna posición privilegiada en el universo, son desafiadas».

Pero, ¿qué significa si nuestro pálido punto azul está siendo estudiado intensamente por otros pálidos puntos, puntos que nos rodean completamente? ¿Qué nuevos significados tienen las palabras de Sagan si en realidad no somos una mota solitaria y oscura, sino que estamos tan envueltos en compañía cósmica que decenas de miles de satélites alienígenas estaban estudiando nuestro planeta antes de que pudiéramos lanzar uno propio?

No podemos responder eso definitivamente todavía. Pero quizás intentar contemplar esas preguntas es el siguiente paso en nuestra evolución colectiva.

El camino hacia delante

Villarroel y su equipo continúan trabajando. Las críticas metodológicas, lejos de desanimarlos, les proporcionan una hoja de ruta para fortalecer su caso. Necesitan:

  • Mejores controles para efectos de sensibilidad espectral
  • Validación cruzada con placas de otros observatorios
  • Mayor transparencia en los métodos de selección de datos
  • Análisis independientes de equipos escépticos

Pero también necesitan algo que la comunidad científica ha sido históricamente reacia a proporcionar: acceso completo a los archivos astronómicos históricos. Si el 60% de las placas relevantes no están disponibles, ¿cómo puede haber replicación genuina?

El caso del Vera Rubin y la destrucción sistemática de placas fotográficas orquestada por Menzel demuestran que la falta de transparencia en datos astronómicos no es paranoia: es política gubernamental documentada. Los «gaps» en registros históricos podrían tener causas de seguridad nacional. La dificultad de replicación podría deberse a que los datos completos nunca fueron completamente públicos.

Conclusión: la ciencia en la encrucijada

El trabajo de Beatriz Villarroel nos pone en una encrucijada fascinante. Por un lado, tenemos a una científica rigurosa aplicando métodos estadísticos sólidos a datos de archivo, encontrando patrones que no pueden explicarse fácilmente. Por otro, tenemos críticas metodológicas legítimas que deben ser abordadas.

Pero sobre todo esto se cierne una pregunta más grande y más inquietante: ¿cuánto de lo que vemos —o no vemos— en nuestros cielos está siendo filtrado, censurado o simplemente ignorado porque desafía demasiado radicalmente nuestras suposiciones?

«¿Sientes que el mundo está listo para aceptar esto?», le preguntaron a Villarroel. «Creo que no hay tal momento», respondió. «Simplemente sucede cuando sucede».

Quizás ese momento está más cerca de lo que pensamos. Y cuando llegue, podremos mirar hacia atrás y preguntarnos no qué había en los cielos en los años 50, sino por qué nos tomó tanto tiempo tener el coraje de mirar realmente.

Referencias:
Villarroel, B., et al. (2025), 2025, PASP. 
Andersen, R. (2024). «When a Telescope Is a National-Security Risk.» The Atlantic, 4 de diciembre.
Bateman, A. (2024). Weapons in Space. George Washington University Press.
Bruell, S., et al. (2024). «Correlation Analysis of POSS-I Transitorios with Nuclear Testing Events.» [Journal TBD]
Entrevista: Villarroel, B. (2024). American Alchemy Podcast, episodio «Top Astronomer: I Found 100,000 UFOs Above Earth.» YouTube.
Hastings, R. (2023). UFOs and Nukes: Extraordinary Encounters at Nuclear Weapons Sites. AuthorHouse.
Minkowski, R., & Abell, G. (1963). «The National Geographic Society-Palomar Observatory Sky Survey.» Basic Astronomical Data, Universidad de Chicago Press.
Vallée, J. (2008). Forbidden Science: Journals 1957-1969. Documérica Research.
NPR Interview (2024). «This Powerful Space Telescope Could Be a National Security Risk for the U.S.» 5 de diciembre.
Space.com (2025). «Satellite Streaks: Can the Huge New Vera Rubin Observatory Function in the Megaconstellation Age?» 18 de junio.
Djorgovski, S. G., Mahabal, A. A., Drake, A. J., Graham, M. J., & Donalek, C. (2012). Sky Surveys (Chapter for Planets, Stars, and Stellar Systems, eds. T. Oswalt & B. Bond). arXiv:1203.5111. https://arxiv.org/abs/1203.5111

Nota del autor: Este artículo se basa en investigación publicada en revistas peer-review, entrevistas públicas, y reportes periodísticos de fuentes establecidas. Las interpretaciones y especulaciones están claramente identificadas como tales. Se invita a los lectores a consultar las fuentes originales y formar sus propias conclusiones.

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